«La casa tomada, el paraíso perdido». Comentario a Casa tomada, de Julio Cortázar, por Concha M. Miralles

 

Durante estos meses se rinde homenaje, tanto en París como en Buenos Aires, a  Julio Cortázar por la conmemoración de los 50 años de la publicación de Rayuela, una obra que revolucionó la literatura. Cortázar vuelve a ser noticia literaria. Para nosotros, los que hacemos Deletreados, también lo es, en esta ocasión con su “Casa tomada”. Este cuento, escrito en 1945, forma parte del  volumen de relatos Bestiario, publicado en 1951. Apareció, sin embargo, publicado por primera vez en 1946 en la revista }’, publicada por Jorge Luis Borges. Está considerado como un ejemplo temprano de las narraciones fantásticas del autor— comienza de manera realista e introduce paulatinamente un ambiente de distorsión de las leyes naturales. Como veremos, la estrategia narrativa que sigue el autor en este cuento está diseñada para conseguirlo.

Las apenas cuatro páginas que conforman este relato han dado mucho de qué hablar. Se dice que es el relato de Cortázar que mayor cantidad de estudios ha generado. Los hay desde los que hablan de las relaciones incestuosas, hasta los que ven en las partes de la casa simbolizada la estructura psíquica del ello, yo y superyó, pasando por los que encuentran una crítica velada del autor al peronismo o una recreación del mito del minotauro. Lo cierto es que lo que  cuenta es la historia de dos hermanos (Irene y el narrador) que siempre han permanecido juntos en una casa familiar muy antigua. Ninguno de los dos se ha casado bajo el pretexto de cuidar la casa y les repele la idea de que un día, cuando ellos mueran, primos lejanos la vendan para enriquecerse. Después de una detallada descripción de la casa y de las meticulosas costumbres de sus habitantes, encontramos el nudo: a causa de unos extraños ruidos (susurros, el volcar de una silla…), estos dos hermanos van abandonando partes de la casa que son tomadas por los intrusos, a los que nunca se ve. Las incursiones de éstos acaban por tomar toda la casa y los hermanos van desplazándose poco a poco a lo largo de las habitaciones, hasta verse expulsados en la calle.

No sabemos la naturaleza de los intrusos, esos “otros” que habitan la casa y que se hacen sus dueños. No sabemos cuántos son, si son hombres o mujeres, ancianos o jóvenes. No sabemos qué quieren ni lo que han venido a hacer allí; si están muertos o vivos, pero nada de eso tiene ninguna importancia. Y esto es lo sorprendente, lo que verdaderamente le da valor al relato: la facilidad y resignación de los dos hermanos a la extraña situación, como si en realidad formara parte de algo esperable dentro de la cotidianidad. Actúan como si lo que sucede lo estuvieran esperando desde siempre. Todo es absolutamente cotidiano y transcurre dentro de las leyes de la normalidad hasta que él le anuncia a la hermana que “han tomado la casa”. Es ahí donde se produce el “clic”, el giro de llave que abre una nueva puerta en el relato y que da entrada a la nueva dimensión, la situación fantástica. Si Irene hubiera reaccionado con sorpresa, si le hubiera preguntado: ¿a qué te refieres?, si simplemente hubiera enarcado sus cejas, el relato sería otro, y no tendría el efecto que tiene. Pero Irene asume con absoluta normalidad y resignación que tendrán que dejar esa parte de la casa, y los dos están de acuerdo y actúan de este modo, huyendo progresivamente hasta la calle a medida que los intrusos avanzan. Irene, con su aquiescencia y naturalidad ante el anuncio de lo extraño es la que nos adentra en lo fantástico sin darnos cuenta.  Es algo normal, algo que de alguna forma debía ocurrir… Cuando nos damos cuenta, ya están fuera, expulsados de forma irremediable de su propia casa. Ángeles caídos a un nuevo mundo para el que no han tenido la precaución de salir preparados: han dejado el dinero dentro, no llevan nada, sólo lo puesto. Ella lleva su tejido en las manos, pero ha dejado dentro el ovillo de lana; el hilo ha quedado también dentro y ya no podrá seguir tejiendo… Es lo único que queda entre los dos mundos. Pero ella abandona su tejido. Por alguna razón sí llevan la llave de la casa, de la cual se deshacen tirándola por una cloaca después de haberla cerrado (“no sea que algún pobre diablo entre a robar y se encuentre con la casa tomada”). Nadie podrá entrar, pero los intrusos tampoco podrán salir afuera ahora. ¿Es ese cierre al mundo del pasado un nuevo mecanismo de seguridad para estar a salvo en el nuevo mundo en el que se encuentran? Las presencias, los seres misteriosos son los que ocupan ahora el paraíso perdido, campeando a sus anchas por todo el espacio de la casa. Si antes había sólo un mundo, seguro y estable, y no teníamos noticia de este otro, ahora, desde la posición de los desposeídos, de los expulsados y arrojados a su suerte, nos encontramos con el de afuera, el de los ángeles caídos. En el reloj de pulsera de él –que lleva puesto- aparece un nuevo elemento que ofrece unas nuevas coordenadas de realismo y cotidianidad. Hasta este momento el tiempo no tuvo ninguna presencia. Ahora, de pronto, son las 11. Clic.

Concha M. Miralles (Psicóloga y escritora)

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